La escritura de diario íntimo es una voz desnuda, de despojo, de arrojo al encuentro con la experiencia vital del sujeto que la escribe. Es una voz de habitación, de sala pequeña, de plaza, de mesa, de cama. Una voz entre muebles, entre cajas, entre horas, una voz de mudanzas. Una voz dispersa para hojas dispersas.

La voz de los diarios no hace otra cosa que escribir lo que no se puede escribir, deja señales, manchas, borrones, manotazos, intenta nombrar, reconstruir y ordenar lo imposible.
La voz de los diarios es la fuerza del tiempo en un orden salvaje.

Dice Eugenia Almeida en Inundación:

«Escribir fue la voluntad, quizás, de un gesto de amor. El último gesto de amor de quien reconoce el deseo de retirarse del lenguaje y se resiste a entregarse a ese deseo».

Hay tantas formas de escribir diarios íntimos como personalidades, me gusta pensar que cada diario responde a distintas fuerzas de tiempo y emoción.
Hay diarios que se escriben desde la imposibilidad extrema, dando tinta a una voz oculta y herida.
Quizás esa voz sea solamente íntima.
Hay otros diarios que se escriben para ser leídos a tan solo unas pocas personas, desde una voz en pleno proceso de apertura, una voz que se limpia y que intenta ser dicha.
Hay otros diarios que son escritos para ser perdidos, que llaman al destino del encuentro, diarios con alas, con vuelo, con deriva. Ahí la voz logra dar con un cuerpo vital de ilusión.
Escribir un diario personal es escribir un destino y a eso, muchas veces, se le teme demasiado. 

«No me pasó nada, solo la vida».
Augusto D’halmar